Por si llegabas y no existía para ti, me aferré a tu recuerdo despreciando mis días, ajena completamente a tu indolencia. Con los dientes y las uñas, agarrada al precipicio de tu desgana, he visto pasar las horas muertas. He resistido como una leona que defiende su delirio de la realista destemplanza con que tiñes todo lo que tocas. Me dolían las uñas y los dientes y no me solté, permanecí allí aferrada no sé ya cuanto tiempo. Ahora me duele la ilusión y he abierto la boca en un lamento tardío que me hizo ignorarte por segundos, lo suficiente para desviar la mirada desatendiendo tu presencia para dolerme. El desenlace fue inminente con la boca abierta y las uñas quebradas me despeñé por tus frente, tus ojos, tus labios, tu pecho, tu ombligo, tu sexo, tus muslos, tus rodillas, tus tobillos.
La brutal caída ha desdibujado tu recuerdo y ya no te conozco. Estoy viva, lamiéndome la ilusión, el miedo a morir sin ti me mantuvo agarrada pero no he muerto. El miedo, las creencias ilusorias… que torpes y cobardes nos volvemos cuando el amor o las ganas de él, materializadas en alguien, nublan nuestro frágil juicio.
Ahora sólo puedo pensar en el vértigo de la caída, fue emocionante, liberador.
El miedo crea monstruos mucho más fieros de lo que en realidad son… pero, entre tú y yo, los monstruos no existen.
(Deshaciéndome de viejos textos, con el rostro al aire y los ojos cerrados…ya siento la brisa.)